Hoy he recordado, no sé muy bien porqué, a aquel compañero de colegio, "el más listo" y el trabajo que nos encargaron hacer a medias, lo cual agradecí porque estaba claro que su mayor afición por el quehacer escolar me vendría muy bien. Nos reuníamos en mi casa o en la suya y comenzábamos a trabajar, cada cual su parte y por su cuenta, medio trabajo para cada uno, tal como él insistió en que nos organizáramos. A mí no me terminaba de convencer que, tratándose de algo con lo que el profesor intentaba fomentar el trabajo en equipo, lo hiciéramos así, pero “el mandaba, que para eso era más listo”.
De vez en cuando yo le mostraba mi parte y pedía su opinión, que era siempre muy positiva, lo cual me hacía pensar que, si “el más listo” encontraba bien mi trabajo, señal de que algo de listo tendría yo también. Llegué a temer incluso ponerme demasiado pesado, preguntando a cada momento, cada vez que se me ocurría incluir algo nuevo, obteniendo siempre su aprobación, lo cual tengo que admitir que llegó a gustarme tanto, que en más de una ocasión solo le mostraba mis aportaciones por el mero placer de que me regalara el oído.
Llegó el día de presentar el trabajo ante el profesor, momento en el cual, mi compañero “el más listo” se las apañó con sutil maestría, para que quedase bien claro cuál era la parte de trabajo que había realizado cada cual. El profesor nos puntuó con un mísero cuatro para cada uno, aclarando después que, la segunda parte del trabajo, la de mi compañero, era casi perfecta, que su poca puntuación era debida a su incapacidad para trabajar en equipo. Lógicamente, mi cuatro era porque mi parte de trabajo no había por donde cogerlo. Después pregunté a mi compañero porqué no me corrigió cuando se lo pedí y dejó que siguiera haciéndolo mal, a lo que “el más listo” me contestó… “si claro, voy a decirte yo como hacerlo para que saques más nota que yo”.
Desde aquel día decidí que no quería a mí alrededor a personas incapaces de decirme lo que hago mal. Prefiero que aquellos a los que llamo amigos, critiquen lo que en mí vean criticable, aún a riesgo de equivocarse, que ya me encargaré yo de analizar sus comentarios, sopesar la parte de razón que puedan tener, corregirme si procede y aprender de todo ello dentro de las posibilidades de mis entendederas. Comprendí que a veces “el más listo” es solo una medalla impuesta como premio a la competitividad maquiavélica.
Quien no acepta una crítica no merece beneficiarse de las ventajas de los adelantos para con la dignidad. Quien no admite la detracción de un amigo, solo puede esperar que este amigo deje de confiar en él. Quien comete estos errores y los disfraza alegando que recibe un ataque personal, solo demuestra no tener argumentos. Quien además responde con insultos, no hace más que dejar patente su falta de recursos. Pero aún peor es quien se intenta escudar en su condición, sea esta la que sea, tachando al crítico de racista, sexista, xenófobo o vete tú a saber qué cosas.
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2 comentarios:
Al leer este post me he sentido muy identificada, porque me recuerda a mi infancia y a cuánto odiaba hacer trabajos en equipo (y no porque fuera la más lista, al revés, más bien era la más tonta, porque proponía una idea y me la robaba "la lista de turno" haciéndola aparecer como suya). Estoy de acuerdo en lo de las críticas, aunque no es nada fácil y no gustan, hay que aceptarlas con humildad. Creo que los buenos amigos son los que nos hacen críticas constructivas y aquellos que con su apoyo incondicional nos ayudan a ser mejores personas.
Julia
Los amigos son esos que te dicen la verdad y te aconsejan, y tu si quieres les haces caso o no!!
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