miércoles, 21 de abril de 2010

DE CUARENTA Y DOS A CUARENTA Y DOS

Hoy es mi cumpleaños, como el año pasado y el anterior por estas fechas. Nada tendría de particular, si no fuera porque hoy cumplo cuarenta y dos, que es la primera edad que recuerdo de mi padre. Cuarenta y dos fue la respuesta que mi padre me dio, la primera vez que recuerdo haberle preguntado. Los cuarenta y dos de mi padre los recuerdo más activos que los míos, con menos quilos que yo, y también con más estabilidad de la que yo puedo tener en mis cuarenta y dos.

Recuerdo estar debatiendo los dos mientras desayunábamos en un bar, seguramente sobre política, religión, o cualquier otro aspecto de la vida. Lo recuerdo con orgullo por que, en mitad de la discusión, alguien nos interrumpió:
–Que alegría –nos dijo –ver que hay un padre y un hijo que pueden hablar.

Aquel día, de hace ya bastantes años, fui consciente de lo diferentes que éramos mi padre y yo, pero también del gran tesoro que supone poder hablar, debatir, y confrontar nuestras ideas. Ese tesoro perdura aún hoy día, y también nuestras discrepancias.

Las diferencias generacionales son muy claras entre mi padre y yo: el tiene más experiencia que yo en muchas cosas, y yo he pasado por situaciones que él no conoce. Las cosas han cambiado mucho desde sus cuarenta y dos hasta los míos, existen nuevas necesidades y menos facilidades, pero también más riqueza de conciencia, y conocimientos suficientes para paliar contratiempos que, en sus cuarenta y dos, solo se podían arreglar doblando la espalda más de la cuenta.

Los cuarenta y dos de mi padre fueron los del momento de recibir los frutos de muchos años trabajando, cuando aún se podía ascender en una empresa: él empezó como ordenanzas y se jubiló como apoderado, en la misma entidad bancaria. Mis cuarenta y dos son los de mirar las cifras de desempleados, esperar no volver a encontrarme en esa lista, y pensar de donde demonios sacaré este mes para pagar mi derecho a ser trabajador autónomo.

Mi padre cumplió cuarenta y dos en un entorno de cierta normalidad, en el que nadie se planteaba que aquí éramos todos cristianos, pero si una niña asistía al colegio con un pañuelo en la cabeza, no pasaba nada, más allá de la curiosidad de sus compañeros. Yo cumplo hoy mis cuarenta y dos, mientras veo, no sin cierto estupor, que la supuesta libertad religiosa que disfrutamos nos ha llevado a despertar diferencias que creíamos dormidas.


El cuarenta y dos cumpleaños de mi padre fue en familia, de una manera sencilla pero entrañable, entre las bromas y el cariño de mi madre y mis hermanos, y con la seguridad de que, aún con cuarenta y dos, mi padre nos podía ganar en una carrera. Mi cuarenta y dos cumpleaños llega cuando mis hermanos hacen su propia vida, alguno de ellos lejos de aquí, y la única celebración será la de unos amigos que se han empeñado en invitarme a comer.

Muchas cosas han pasado, mucho ha cambiado todo, desde los cuarenta y dos de mi padre hasta los míos. Pero esta mañana, mientras desayunábamos los dos en un bar, me he dado cuenta de que lo esencial, aquel tesoro que teníamos, aún es nuestro. Otra vez hemos debatido, sobre religión, política, y otros aspectos de la vida. En medio de la discusión, recordando aquel momento de los cuarenta y dos de mi padre, no he podido evitar una sonrisa:
–¿De qué te ríes? –me ha preguntado mi padre –¿Recuerdas a aquella persona que aquel día nos dijo lo bueno que era que pudiéramos hablar tú y yo? –le he contestado –Creo que es el camarero.

Seguramente no tenga tanta importancia el hecho de que, en un pueblo, el destino (o el desayuno) haya vuelto a juntarnos a los tres en el mismo bar; pero es que hoy cumplo cuarenta y dos, y aún con algunas nieves de Gardel en mis sienes, no he podido reprimir cierto sentimiento de añoranza.


© Lucky Tovar

viernes, 16 de abril de 2010

RENCOR HISTORICO

Luchó por defender sus ideas, protegió su forma de pensar, y entregó en ello lo más preciado: su vida. No le gustó morir, pero se sintió orgulloso de haberlo hecho por algo que para él era tan digno. Fue enterrado con muchos otros, compañeros de lucha e ideas, en medio de algún bosque, sin lápida que indique su paradero; pero no le importó, fue entendió que su muerte fue heroica, y es esto lo único que su gente deberá tener en cuenta. Nunca recibió extrema unción ni oraciones, y ninguna lápida recuerda su nombre; pero le dio igual, pues nunca procesó credo alguno, más allá del de sus propias convicciones.
–Recordarán mi vida y como la defendí– pensó al morir –mi cuerpo es lo de menos, mis acciones son lo que cuenta– No murió feliz, nadie lo hace, pero lo hizo sabiendo que sería recordado por mucha gente. No todo el mundo tendría buen recuerdo suyo, pero su familia, la gente que de verdad le importaba, le recordaría con amor hacia él, por encima del odio que pudieran sentir hacia quienes le mataron; pues el amor siempre tiene que ser mayor que el odio.

Pero pasaron los años, terminó el conflicto, se vivieron décadas de injusticias, de libertades coartadas, de rencores entre dos mitades de un país dividido. Después de todo aquello, un puñado de personas luchó contra sí mismos para ponerse de acuerdo. Unos hicieron concesiones a otros, se buscó un punto de encuentro en el que, si bien nadie tenía todo cuanto hubiera querido, todos aportaron parte de un gran esfuerzo colectivo y sin precedentes. Todas las sociedades halagaron el trabajo, en cada rincón del mundo se habló de ello, y se tomó como modelo para el final de otros conflictos. La verdadera reconciliación parecía haber llegado.

Pero volvieron a pasar los años, y alguien decidió que no bastaba con recordar, que hacía que revivir. Se resucitaron viejos odios, volvieron antiguas rencillas, y otra vez se levantaron dedos acusadores, señalando a culpables. Algunos buscaron notoriedad ¿Hay algo más triste que ponerse de moda recordando crueldades antiguas? Volvió el rencor, se alzaron gritos revanchistas, se removió la tierra, y aquel héroe, el que peleó por defender sus ideas, el que se conformó con ser enterrado con sus compañeros de lucha, fue exhumado de su descanso:
–Si al menos yo fuera religioso, si creyera en algo más supremo que lo que me movió a dar mi vida, entendería a quienes me devuelven a una actualidad que no comprendo ¿Todos estos años no han servido sino para revivir el enfrentamiento fraternal que me enterró aquí?–

El recuerdo se ha de usar para aprender, no para reprochar. Una cosa es la memoria histórica, y otra muy diferente es el rencor. Si buscamos a los responsables de una guerra, si nos empeñamos en rescatar viejos crímenes, terminaremos encontrando a un solo culpable: el ser humano. Si preguntamos por qué, y solo somos capaces de centrarnos en el “quien”, conseguiremos volver a enfrentarnos.
Mucha gente murió, muchas fueron las víctimas de la incomprensión, la ira y el miedo propio de todo ignorante. Muchos murieron: que descansen en paz, pero sobre todo, que las nuevas generaciones vivan también en paz. El pueblo que olvida su pasado está condenado a repetirlo, pero quien se empeña en revivirlo, caerá en los mismos errores.

© Lucky Tovar