lunes, 30 de marzo de 2009

EL ESLABÓN PERDIDO. Neo-cavernícolas en la era de Internet

No se trata de mirar por encima de ningún hombro, que para eso no tengo altura ni la deseo. No es cuestión de menospreciar a alguien porque no sepa recitar la teoría de la relatividad… yo tampoco sé. No es, la mía, la postura de ninguno de esos elevados que, merced a sus muchos y avanzados conocimientos, se creen autorizados a despreciar al resto de mortales, menos doctos que ellos. Alguien de ultramar dijo una vez, que había encontrado más cultura entre las yagas y estrías de las manos de un campesino andaluz, que en muchos de los libros que había leído. Yo quiero considerarme de esos que, no sabe mucho, pero encuentra sabiduría en todo, pues de todo se puede aprender. Digan lo que digan, y lo que me puedan decir, hay muy pocas cosas más placenteras que una buena charla.

El tema de una conversación, es lo de menos en realidad, siempre que la conversación nos llene. Se puede hablar del tiempo, del estado de las carreteras, de música, de fiestas, del material con que se hace el papel higiénico… ¿Qué más da? Lo único exigible a una charla, es que resulte amena y sea medianamente coherente, lo cual no es demasiado difícil. La coherencia, o no, de una tertulia, solo depende de la presencia de los elementos necesario: emisor, receptor, medio de comunicación y mensaje. Naturalmente, el emisor y el receptor deben ir cambiando, y también puede ser conveniente que, de vez en cuando, cambie el mensaje.

Dos analfabetos pueden mantener una conversación, dos personas con problemas psicomotores pueden charlar, dos tipos que en su vida hayan aprendido a escribir ni leer, pueden tener, por supuesto, largas tertulias sobre un sin fin de temas. Incluso disminuidos físicos severos pueden comunicarse y dialogar. Sin embargo hay personas que no cuentan con esa capacidad. Cuando alguien te recrimina que intentes tener una charla normal, esgrimiendo en su defensa frases como “a mi es que no me interesa nada de eso”, empieza uno a darse cuenta de que no es tan difícil como dicen, encontrar al eslabón perdido.

Existen seres que viven aún en las cavernas, por muy cómodos que sean sus pisos. Hay miembros de nuestra sociedad que siguen comunicándose según les dictan sus instintos más primigenios, por muy modernos o modernas que quieran parecer. Aún hay neardentales y autrolopithecus, por muy largas y tersas que sean sus piernas, o muchos politonos tengan sus teléfonos móviles. Son homosapiens con la facultad suficiente como para rellenar una solicitud de alta en una web, tirar de la cadena de la cisterna, o seguir la marcha cuando el semáforo está en verde, pero incapaces de entrar en una conversación, por muy trivial que esta sea, sin sentirse mal.

Estos seres suelen atacar a quienes, en ciertos medios, intentar establecer un diálogo digno. Su ataque consiste, básicamente, en utilizar palabras arrojadizas como “sabihondo”, “listillo”, “pedante”… aunque el supuesto pedante solo quiera hablar de las noticias del periódico. Atacan y no dudan en intentar expulsar a quien demuestra haber salido de la caverna, pero no dudan en apelar a la lucha de clases culturales cuando alguien se defiende, coherentemente, de sus ataques. Estos “neo-cavernícolas”, no dudan en ponerse a la defensiva cuando creen estar siendo ofendidos, y sueltan cosas como “me discriminas porque eres un culturilla y yo no”. Da igual que trates de decirle que solo quieres hablar del tiempo, o que les dejes claro que el intento de conversación iba dirigido a otros miembros del grupo; no se enteran.

Mi rechazo no va a personas que no sepan hablar de egiptología, yo tampoco sé. No repudio a nadie por que tenga más o menos conocimientos, más o menos cultura, más o menos capacidad para entender. Nunca despreciaré a alguien que no sepa, pero tampoco entenderé a quien se niegue a saber. No obstante, tampoco me creeré nunca con el poder para obligar a nadie a saber, entender, conocer, experimentar o simplemente participar, pero si puedo exigirles respeto hacia mí, y hacia otras personas que sí queremos ejercer ese derecho inalienable a aprender de otras personas mediante nuestra capacidad para compartir ideas. Yo al menos lo seguiré haciendo, en cualquier medio que me permitan utilizar.

martes, 17 de marzo de 2009

HAY QUE DARSE PRISA

Hay que llegar ya, hay que ser el primero, alcanzar la meta antes que nadie, como si aún fuéramos espermatozoides, a lo mejor es que lo somos aún. Hay que escuchar lo que nos llega del exterior, aún antes de nacer, sonidos que nos envían para que estemos bien, como parte de alguna moderna terapia que abrirá nuestros sentidos al aprendizaje.

Hay que nacer fácil, sin dolor, con todos los cuidados posibles. Hay que tener juguetes apropiados, que nos vayan formando, que nos ayuden a ir aprendiendo, a estar preparados para la vida. Hay que bajar la edad preescolar, cuanto antes empecemos, más ventaja llevaremos. Duerme cuando toque, come cuando sea la hora.

Hay presentar los mejores trabajos de plástica, desarrollar el intelecto a través de la creatividad, pero sin acostumbrarse a ella, porque después deberemos olvidar la creatividad y quedarnos solo con el intelecto. Hay que gustar a los demás, estar guapos y aseados, oler bien, ser agradables. Hay que ir preparándose para cuando tengamos edad de procrear.

Hay que darse prisa para todo, es parte de la inercia que nos han impuesto. Nacemos deprisa, empezamos pronto, aprendemos desde cigotos, y ahora ya es imparable: hay que experimentar, saber a que sabe, como huele, que pasa después. Hay que vivir de cerca todo lo que nos pase por delante, no existe el no, eso es para fracasados.

Hay que aparearse sin sentimientos, romper el corazón de los lentos y pasarles por encima. Hay que llegar a la cumbre antes que nadie, ser el mejor, ganar mucho dinero en poco tiempo. Hay que deshacerse de los de la generación anterior, si no produces a mi ritmo, no vales. Hay que tirar lo que no vale.

Volvamos a adelantar la jubilación, cuarenta años son muchos años, mandémosles a casa con un tercio del sueldo, quizás menos. Hagamos un mundo de primeros, los segundos no valen. Hay que deshacerse de los parásitos, y enseñar a nuestros hijos, desde el útero, a producir más que nadie, antes que nadie, con mayor rapidez.

Hay que dar un paso más, no hay tiempo para tener hijos, hay que progresar. Hay que hacer todo el trabajo en los primeros veinte años de vida, en los primeros quince, en los diez primeros. Hay que darse prisa, mucha prisa, llegar el primero, mirar abajo con desprecio y comprar cremas hidratantes para no correr el riesgo de vernos envejecer en el espejo. La vejez no vale.

Ahora hay que parar de golpe.

Ahora, con el inevitable efecto de la gravedad sobre nuestros cuerpos, con las nieves de Gardel en nuestras sienes, y el caminar lento de la experiencia de más de un tropiezo, hay que mirar atrás y hacer memoria. Ahora hay que preguntarse para qué las prisas en empezar algo que no hemos llegado a aprender a desarrollar. Ahora hay que preguntarse si nuestro afán de culpar a uno u otro sistema, no será en realidad nuestra conciencia, culpándonos a nosotros mismos y a nuestras prisas.

Ahora hay que mirar atrás y plantearse la posibilidad de que, todo cuanto nos ocurre, es fruto de no haber tenido tiempo para asimilar lo que vivimos. Ahora hay que pensar, que tal vez pisamos tanto el acelerador, que los paisajes han pasado demasiado deprisa, por nuestra ventanilla, y no hemos disfrutado de ellos, más que en viejas fotografías que nos hacen recapacitar y preguntarnos… ¿Par qué corríamos tanto?
© Lucky Tovar

domingo, 15 de marzo de 2009

¡¡¡FIESTA, FIESTA!!!

Estaba yo viendo un informativo, hablaban de las Fallas de Valencia, una de las fiestas más conocidas de nuestro país. En concreto señalaban a una de las fallas, muy imaginativa, como la mayoría, con ninots muy bien terminados, como todos; rostros de admiración ante el trabajo de todo un año y una cifra, novecientos mil euros.

De repente me ha dado por pensar en la Semana Santa de cualquier punto de Andalucía. Me he acordado de la Feria de Abril sevillana, de San Fermín, Moros y Cristianos, San Isidro… Está claro que en España tenemos grandes fiestas, sabemos organizarlas muy bien.

Grandes cineastas, escritores, novelistas y artistas de todo tipo, y de todo el mundo, han encontrado inspiración en nuestras fiestas, contribuyendo así a su promoción a nivel mundial. Sin duda sabemos hacer bien muchas cosas, y una de las que más, organizar mega fiestas folclóricas.

Somos un pueblo muy venerador, fervoroso, o simplemente folclórico, y no reparamos en gastos para demostrarlo… cada año. Son fiestas necesarias para que no nos aburramos, para descargar de vez en cuando, y para atraer al turismo, aunque este año hemos salido del “Top 5” de los países turísticos.

Todo esto me hizo pensar, y cuando digo pensar me refiero a deshacerse de toda pasión nacionalista, olvidarse del corazón, que casi siempre es egoísta en estos temas, abstraerse de toda exaltación costumbrista y analizar ¿Cómo incidiría, en nuestra maltrecha economía nacional, un año sin fiestas?

Sé muy bien es un supuesto utópico, que más de dos me quemarían en las fallas o me crucificarían en algún paso o trono. Soy consciente de que la justificación más repetida sería que muchos profesionales se quedarían sin trabajo ese año, porque claro, hacer ninots, flores de cera, o burladeros de madera, son trabajos muy importantes para el panorama laboral.

Sé que, aunque la crisis hace daño en todo el mundo, aún no están las cosas como para plantearse según qué medidas pero, si en vez de plantearlo como medida de recuperación, lo lleváramos a cabo como medida preventiva… ¿Qué ocurriría durante un año sin fiestas en todo el mundo? ¡Maldita sea… sería horrible!

No obstante, expertos de todo el mundo calculan que es posible que lleguemos a situaciones muy críticas, pero eso no debe preocuparnos. Comeremos bocatas de chope, nos ducharemos un poco menos, y pediremos prestados los libros de texto. Con lo que ahorremos, nos podremos comprar un par de botellas de manzanilla en la feria.
© Lucky Tovar

martes, 10 de marzo de 2009

CARTA A OPTIMISMO

Estaba yo dándole vueltas a la cabeza, intentando encontrar algún nuevo tema que reventar y, justo cuando ya me disponía romper algo, mi buena amiga Pilar me propuso… “podrías escribir una carta al optimismo, que vendrá muy bien con la que está callendo”. La idea me hizo esbozar media sonrisa de Dexter, entornar los ojos como House y rascarme la sien como Colombo (tengo que ver menos tele), y me puse a pensar en como hacerlo.

Incluso empecé a escribir, y esta última afirmación ya os dará una pista de que a penas superé el encabezado. Anoté ideas en mi pequeño cuaderno de anotar ideas, empecé bocetos, emborroné borradores, borré bosquejos, garabateé esbozos, y cuando estaba a punto de volver a guardar mi nuevo bolígrafo (que se ha librado de un golpe porque es un regalo), me vino algo a la cabeza… aún no sé si para bien o para mal, pero eso es lo de menos.

La peregrina idea que he tenido esta vez, malversando totalmente la aportación de mi amiga, consiste en organizar el combate del siglo, un enfrentamiento sin igual, en el cuadrilátero de la vida. En un rincón, con pantalón negro y un peso de varios millones de años… ¡el Pesimismo! En el otro rincón, con pantalón verde y el mismo peso… ¡el Optimismo! El arbitrado, señor Realismo, habla ya con los púgiles: ­­­–No quiero ver pisotones ni golpes bajos. Queremos ver un combate limpio, y evitad ser ñoños aunque esto ya recuerde demasiado a un cuento de Bucay–

Fue justo en ese momento cuando me di cuenta de la estupidez que podía resultar de semejante idea… y es justo en este momento cuando os digo que estoy mintiendo: en realidad, sí llegué a escribir ese combate, dando como resultado, una de las mayores chorradas, y de las peor escritas, que hayan salido jamás de mi enfermiza imaginación. Lo borré todo, comencé de nuevo… y otra vez estoy mintiendo: en realidad copié en otro documento todo el despropósito, desde mi desafortunado comentario sobre Bucay, hasta el final; ese otro documento lo tengo guardado, por si acaso.

­–Vamos Lucky, piensa un poco, seguro que algo se te ocurre– me repetía una y otra vez, tratando de estrujarme la cabeza, aunque sé que terminaré divagando, dispersándome y volviendo a hacer gala de mi falta de constancia. –Venga tío, al final siempre termina saliendo algo– Si claro, algo sale, y de vez en cuando hasta se deja leer pero ¿qué saco a cambio? A parte de eso que llaman “satisfacción personal”, y las alabanzas de alguna que otra persona, que me aprecia lo suficiente como para peder unos minutos en leerme… En fin, a ver si me centro.

Podría retomar la idea inicial de Pilar, no era mala, al menos como idea. Carta al optimismo… no sé… podría quedar bien. Empezaría como todas las cartas –Querido optimismo: hace tanto que no sé de ti, que me he decidido a escribirte…– Seguramente me pondría cada vez más cursi, o cada vez más trascendente. Solo mirad como la habría empezado, al final sería una carta al optimismo llena de pesimismo. No, definitivamente, no creo que quedara bien; debo ser consciente de mis limitaciones, que son muchas.

Todo lo que hago me requiere gran esfuerzo, soy totalmente autodidacta, y muy a menudo me pregunto si merece la pena. Seamos claros, vivimos en el mundo de los títulos y los enchufes, de las recomendaciones y los diplomas. Incluso si vales, necesitas padrino para llegar a demostrarlo, y si llegas, ves con estupor que quienes llegaron antes que tú, tienen padrino pero no valen. Si al menos contara con la formación necesaria, todo sería más fácil, aunque también es cierto que muchos grandes artistas han forjado sus virtudes aprovechando sus carencias. Claro, grandes artistas, no cualquier aficionado vocacional.

A ver… algo se me tiene que ocurrir. Se trata de hablar de optimismo desde un punto de vista positivo, pero no es nada fácil, incluso diría que es contradictorio: normalmente apelamos al optimismo cuando existe la necesidad de buscar una válvula de escape. Nos topamos con un problema serio, le damos vueltas, buscamos soluciones, tropezamos una y otra vez, y justo cuando empezamos a encogernos de hombros y a pensar que aquello tiene mala solución, es cuando alguien dice “seamos optimistas”. Así pues, siendo realistas, si buscamos la manera de entonar una oda al optimismo, es porque vemos que la cosa está muy mal.

Alguien me dijo una vez, que todo cambio es siempre para mejor, porque incluso siendo un mal cambio, nos dará al menos la oportunidad de aprender. Así pues, miremos la actual situación como la antesala a un punto de inflexión, de cambio profundo ¿Cómo será el supuesto nuevo estatus? Eso no importa, esperemos que podamos disfrutarlo si sale bien, o aprender de ello si sale mal. No se trata de ser optimistas, ni de tener esperanza, ni fe. Simplemente es cuestión de calmarnos, concienciarnos de nuestras auténticas necesidades, mirar todo lo que ocurra a nuestro alrededor, y tomar nota.

Algunas personas me han llamado pesimista, negativo, consternado y hasta derrotista, pero no es verdad. Soy todo un optimista, pero un optimista no practicante; no me da la gana de practicar algo que solo invocamos cuando nos va rematadamente mal. Una cosa sí es verdad: si los ingenios de la Revolución Industrial hubieran sido fabricados por pesimistas, todos aquellos cachivaches mecánicos habría tenido más sistemas de seguridad y menos accidentes.
© Lucky Tovar

viernes, 6 de marzo de 2009

LA PUBLICIDAD ES NUTRITIVA. El arte de decir la verdad sin que te enteres

Hay que ver como puede llegar a cambiar el sentido de cualquier término, hasta el más negativo, con solo anteponer la palabra “arte”. Mentir es el arte de disfrazar la verdad, cobrar por ver un retrete en un rincón, es arte contemporáneo; torturar a un bicho de media tonelada que no te ha hecho nada, es el arte del toreo y, que una chica ponga cardíaco a un tipo en un bar aún sabiendo que no va a llegar a nada, a eso lo llaman el arte de la seducción… aunque hay quien lo llamaría de otra manera, pero en ese caso, seguramente el tipo se lo merece por tonto. La publicidad también es un arte: el arte de separar a la gente de su dinero. El trabajo de un puñado de cerebros creativos, cuyo cometido principal es demostrarnos la utilidad de lo inútil, de forma que lleguemos a pensar que necesitamos esos caprichos. De lo que no estoy tan seguro es de que la publicidad sea tan engañosa como se cree ¿No será que no sabemos ver las sutilezas del lenguaje publicitario? Actualmente, la publicidad engañosa está más perseguida que antes… pero nada que un cerebro vendedor no pueda superar, con algo tan sencillo como ser sincero, aunque nonos lo parezca.

Una de las publicidades más sinceras que podemos ver, es sin duda la de coches. Ves en un anuncio a un tipo guapísimo, con un traje de esos con nombre y apellido, y un peinado de trescientos euros. Lleva un maletín de piel de cocodrilo, de cierre con combinación que lleva apuntada en su agenda electrónica de última generación… seguramente lleva el pin de la agenda apuntado en un post-it, pero eso es lo de menos. Ves salir al tipo de un chalé de lujo, convenientemente situado en el centro de una zona residencial y… ¡ya está! No necesitas ver el coche, esa imagen ya te está diciendo que no es para ti, porque si fuera para ti, en el anuncio verías a un currito de curva abdominal cervecera, con un mono manchado de pintura, una gorra de Titán lux y un cubo con dos brochas dentro, saliendo de un apartamento de renta antigua que lleva dos meses sin pagar ¡Ese es el anuncio de coche que debes ver!

Otra forma de sinceridad que podemos encontrar en la publicidad es la que yo llamo “sinceridad por conveniencia”. Seguro que muchos recordáis la campaña aquella de los productos de limpieza Camp, en cuyos anuncios aparecía el mismísimo señor Camp, al frente de sus sonrientes trabajadores (excepto los del comité de empresa, que ese día tenían reunión sindical), soltado aquella genial frase que tan célebre se hizo: “busque, compare, y si encuentra algo mejor, cómprelo”. Lo que pasaba con aquel eslogan es que no estaba completo porque, si te tomabas la molestia de buscar y comparar, terminabas dándote cuenta de que, si encuentras algo mejor, también es de Camp. Así pues, la frase completa, tal como el señor Camp debiera haberla dicho para que se tratara de auténtica sinceridad, sería… “busque, compare, y si encuentra algo mejor, cómprelo que también es mío”

No voy a alargarme tanto como podría, pero hay un tercer tipo de sinceridad en la publicidad, que no puedo dejar de resaltar... la “sinceridad involuntaria”. Es esa sinceridad que surge sin que los creativos se den cuenta, no todo el mundo es tan puñetero, pero cuando posees un retorcido sentido de la percepción, o sea, como yo, salta a la vista. En esta categoría recuerdo, con especial cariño, la campaña de la colonia Jacks, con aquella chica, constantemente buscando a ese tal Jacks… ¿Cuántos años lleva buscando? Me encantaría poder decirle que es inútil, que no va a encontrar a nadie que utilice una colonia que, en rancia, solo es superada por Barón Dandy. Jacks es una de esas colonias que se regalan pero no se usan, y quien la recibe como regalo, inmediatamente se pone a pensar, cual de sus amigos cumple años pronto para endosarle el bote. Yo creo que solo se vendieron tres botes de colonia Jacks, que van dando vueltas por el mundo, de regalo en regalo.

A veces, un simple eslogan publicitario, puede encerrar más sinceridad que toda una campaña electoral, y en este sentido, recuerdo algunos eslóganes especialmente sinceros… aunque para darse cuenta hay que saber leer entre líneas. El cupón de la ONCE es “la ilusión de todos los días”, y es verdad, todos los días se queda en ilusión… bueno mira, en eso se parece a las campañas electorales. Eso de que “el algodón no engaña”, es absolutamente cierto… nunca se ha pillado a un algodón en una mentira, y tampoco se sabe de ningún político hecho de algodón. Lo que sí está visto y comprobado es que Rexona era “el desodorante que no te abandona”… oye, aunque quisieras, incluso después de ducharte, había veces que seguías sintiendo su calor. Definitivamente, si prestamos atención al lenguaje publicitario, y aprendemos a entre leer los eslóganes, nos daremos cuenta de que la publicidad no es tan engañosa… ¿o a caso alguien duda que “un minuto con Telefónica, vale mucho más que un minutos”?

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