miércoles, 11 de febrero de 2009

ONCE DÍAS DE INFARTO II

La primera parte de “Once días de infarto”, batió record de comentarios. Me congratula ver hasta qué niveles puede llegar a ascender el interés por la literatura coronaria, y por la salud del infartado en cuestión, por supuesto. Muchas gracias a todos por vuestra preocupación y ahí os va la segunda entrega.

Parte 2ª
¡Como me gusta la música que me gusta! Seguramente, Charlie Parker sacó parte del dolor, que después convertía en música genial, de sus largas y abstinentes estancias en aquellos hospitales sombríos, de asfixiante asepsia clorhídrica. De haber estado aquí, habría terminado componiendo cancioncillas ñoñas, llenas de amor rosa y melodías silbables. Tal vez las habría escrito como yo escribo esto: empezando en la agenda, regalo de aquella pizpireta enfermera de la flor en el pelo y la sonrisa de dibujo animado japonés, hasta poderlo hacer evolucionar en un cuaderno. Tampoco creo que Charlie ‘Bird’ Parker, en aquellos antros llenos de cofias grisáceas y sábanas amarillentas, contara con un compañero de habitación como el mío: uno santo a quien no parece molestarle, ni siquiera mi luz encendida, hasta bien avanzada la madrugada, mientras escribo chorradas de estas. No obstante, no voy a abusar de mi suerte y me iré ya a la cama; no es que tenga sueño pero, si no puedo dormir, me entretendré pensando en algo interesante ¿Qué pondrán mañana para comer? El cardiólogo que lleva mi caso ha impuesto una dieta hipocalórica, por aquello de que me ha dado un infarto y eso ¿Habrá dietas para rebajar la bilis provocada por una ex mujer?

De primero, sopa con fideo singular (solo encontré uno), y trozos flotando de… bueno, trozos flotando. De segundo, muslito de Calimero, con guarnición de habichuelas a la recesión (concretamente tres), y una pieza de pan integral, que es ese pan elavorado con harina de trigo entero, o sea, sin quitar la cáscara llamada salvado o afrecho… ¡que es lo que mi abuelo echaba a los cerdos para engordarlos! De postre, una naranja: definitivamente, ningún psicópata asesino mataría a nadie con este cuchillo, aunque lo jure Stephen King. Eso si, como parte de los privilegios de estar en Planta, un par de horitas después de la cena, una auxiliar me ofrece un rico zumo de piña. En mis auriculares, Duke Robillard se pone tierno versionando “I’m still in love with you”… ¡y así no hay quien entre en según que ambientación narrativa! A lo mejor, si cambio a Duke por Son House, podré echar mano de todas mis reservas de imaginación, convertir el zumo en Jack Daniels, a la auxiliar en una camarera sexy, y a las enfermeras en… bueno, hasta algunos recovecos de mi imaginación es mejor no llegar… al menos por escrito. Ojalá dejaran que me llevara una de estas camas a mi casa: las posibilidades anatómicas son casi infinitas.

2 comentarios:

Ulyses dijo...

Esta novela por fascículos gana en interés. Vale, no hay terror del bueno, salvo el cuchillo de plástico que en el fondo es un arma diseñada por un psicópata para matar de aburrimiento y desesperación. Tampoco tenemos una imagen de hospital propia de la Luisiana o Mississippi de los años 40 que nos inspire un buen blues (Aunque seguro que tu compañero de habitación entonaba algún que otro gospel para soportar con resignación la luz hasta altas horas). Al menos hay enfermeras y auxiliares simpáticas, incluso sin Jack Daniel de por medio...algo es algo.

Sigue cuidándote. Esperamos el siguiente fascículo.

Anónimo dijo...

Got your mojo working?