De vez en cuando alguien se empeña en repetir aquello de que en los frascos pequeños es donde se guardan las mejores esencias, que en las minorías suelen estar formadas por lo más selecto, pero también de vez en cuando encontramos un lugar, un enclave determinado, un núcleo de población en concreto, donde la superficialidad de la mayoría termina colándose en esos frascos pequeños. Cuando las supuestas minorías no son más que mayoría disfrazada, cuando el esnobismo campa a su anchas y se localiza especialmente en un punto geográfico determinado, es hora de buscar a quien sea capaz de colocar un espejo en el que poder mirar lo petimetres que podemos llegar a ser. Hace mucho tiempo que dejé de preguntarme porqué suelen llenarse más los funerales que los cumpleaños, no tiene sentido. Pero siempre llamará mi atención el hecho indiscutible de que esta ciudad, nuestra Sevilla, sería mucho más grande si sus hijos demostraran sentir lo que dicen y ser consecuentes con sus actos. La coherencia cotiza cada vez más a la baja para unas personas que abandonan lo que aseguran adorar, dejan de lado aquello que dicen que les gusta y después se afanan en llorar por la muerte de lo que nunca cuidaron.
En una ciudad cuyos habitantes más típicos son adalid de la más galopante hipocresía social, no es raro que las frases más queridas y repetidas sean “aquí tienes tu casa”, “nos vemos allí” o “ven a mi caseta”. Sabrán a qué me refiero quienes, como yo, hayan tenido que ver como no se les recibe en “esa casa”, se quedan solos en “ese allí” o les prohibían la entrada en “esa caseta”. Así es la Sevilla idiosincrásica, la que uno espera encontrar en foros folclóricos, círculos catetoides y corrales de chabacanería pachanguera. Pero no es así, no solo en esos entornos crece la malva que se alimenta del cadáver de la autenticidad, también lo cunde en curias más selectas y cuando alguien tan osado como para reconocerlo lo hace, es solo porque se atrevió a dejar a esas curias en pañales, mostrándolas como lo que son, simples tentaderos de presunción.
Por lo general, la arrogancia nos hace rechazar las críticas externas y repudiar las internas. La emprendemos contra quienes se atreven a utilizar el ataque a la ciudad que ama como intento de hacer pensar al resto y cambiar algunas cosas desde el interior. Claro que, también es verdad que eso de “hacer pensara los demás” es arto difícil en según qué sociedades, sobre todo si “los demás” se empecinan en seguir carnavaleando con su apariencia en pos de su ansia por parecer interesante. No caen en la cuenta de que, tarde o temprano, quedará claro que un código de barras es más interesante que ellos. Lo más fácil para los simples es decir que todas estas críticas son solo opiniones, errores de apreciación de alguien movido por el resentimiento pero, cuando el resentido fotografía la estupidez y enseña esas fotos a los estúpidos, no deberían importarnos los motivos que movieron al crítico, sino las verdades que nos muestra. He aquí mis fotos que, resentidas o no, están tomadas con un gran angular de catorce años de cansada experiencia.
Hace unos días tuve que poner fin a catorce años de existencia de un lugar que hizo historia. A Casagrande la llamaron a menudo “Templo del Blues”, “emblemático”, “indispensable” y otras muchas alabanzas, pero ¿Porqué cierra Casagrande? La pregunta correcta sería ¿porqué cierra cualquier local al que tanta gente dice querer? La respuesta no puede ser otra que “porque la mayoría de esa gente que lo quería no supo quererlo”. Durante las últimas semanas tuve que oír el pésame de docenas de personas que con su ausencia, a pesar de vivir a diez minutos, consiguieron que casi olvidara sus caras. Ha sido como esas largas colas de pésame en las que todos dicen sentirlo mucho, sin pararse a sopesar el significado de la palabra “sentir”, convirtiendo un funeral en la peor serie B del cine de ficción. La cosa es aún peor cuando el supuesto doliente que presenta sus respetos al difunto vive, no a diez minutos, sino a dos pasos, cuya hipocresía solo es soportable gracias a la coraza de tantos años de cara al público. Por suerte están quienes nunca te dicen “lo siento”, sino que intentan ayudar como siempre lo han hecho, con su sincera y patente amistad. Quienes también fueron a cumpleaños, se quedan fuera de la cola del pésame.
¿Qué falló en Casagrande? He encontrado respuestas para todos los gustos y la mayoría equivocadas o simplemente inventadas. Conciertos de blues todas las semanas, con grandes músicos, auténticos maestros que, más que actuar, impartían auténticas clases magistrales de verdadero blues, como Alex Guitar, a cuyo concierto asistieron siete personas. Dúos de fuera de Andalucía que fueron contratados por “aclamación popular”, como Fede Aguado y Osi Martínez o Blady Olmos y David García cuya dicha “aclamación popular” se quedó en nueve asistentes. Actuaciones internacionales de calidad más que contrastada, como la de José Luis Pardo, con unas catorce personas en el local. También vivimos momentos de opulencia de clientela, como cualquiera de los conciertos ofrecidos por representantes de un blues menos ortodoxo y mucho más escuchados en Sevilla. ¿No os parece curioso tratándose de una ciudad en la que tantos se declaran “puristas”? En el fondo, la mayoría de seguidores de músicas minoritarias, cuando se trata de esta ciudad, no se diferencian en nada de las audiencias de radio-fórmula, que solo escuchan lo que ya han escuchado una y otra vez hasta la saciedad.
El viernes catorce de Noviembre, Casagrande vio como se llenaban, hasta el overbooking, sus dos plantas, sus escaleras, su patio y parte de las calles colindantes. Muchísimas personas que quisieron asistir al entierro, después de haberse perdido sus cumpleaños. El apoyo de algunas de esas personas, sobre todo músicos, nunca nos faltó, para ellos mi sincero agradecimiento, como también a ese pequeño grupo de verdaderos aficionados que nos honraba con su visita incondicional, pues sabían que, al margen de cómo se llamara la banda de turno, era blues. Los músicos tuvieron a bien rendirme un homenaje que, si bien no creo merecer, no olvidaré nunca. Al resto, no pude evitar decirles lo que en ese momento salía de mi alma vendida al blues: Veo que os gusta a mucha gente lo que hacemos aquí, por lo que solo puedo pediros un favor para vosotros mismos. Cuando vuelva a aparecer alguien tan loco como para programar blues cada semana, si de verdad os gusta, cuidadlo, pues solo de vuestro cuidado dependerá su duración. Nosotros hemos durado hasta ahora y me vienen a la memoria muchas noches de viernes en los que a penas conseguía pagar a los músicos por un trabajo al que siempre se pudo asistir sin pagar entrada.