miércoles, 31 de diciembre de 2008

CON CONSERVANTES Y COLORANTES

Allí estaba yo, atendiendo a aquella clienta que acababa de pedirme un zumo de melocotón y orgulloso de poder servirle una de esas marcas que dicen tener un setenta por ciento de zumo natural y, aunque soy escéptico ante la publicidad, debe ser verdad, porque la clienta en cuestión, para mi estupefacción, volvió a la barra quejándose de que aquel zumo de melocotón “sabía demasiado a melocotón”. Pensaba reprimir la frase que se me antojaba soltar pero, teniendo en cuenta que algún que otro conocido político ya la hizo popular, pues eso… “¡Manda huevos!”. La manufactura es lo que tiene.

Las generaciones del CD son también las de los conservantes, colorantes y aditivos. Sucedáneos, pigmentos, pseudónimos, edulcorantes, artificios, súper ventas, playbacks, remakes, secuelas, precuelas, fusiones, confusiones, versiones y perversiones. Vivimos en el mundo de “cualquier parecido con lo natural es mera coincidencia”, donde poco a poco nos han ido cortando la vida como quien corta cocaína, aumentando el porcentaje de torrefacto y disminuyendo, cada vez más, el tueste natural, acostumbrándonos al sabor de lo insípido, habituándonos a los substitutivos, hasta que un auténtico huevo de granja frito nos resulta demasiado espeso, una playa con algas nos parece sucia, una canción solo nos gusta después de oírla en la radio cuarenta veces y de una película con trama y estructura original decimos que es “rara”.

Somos tan fácilmente maleables, que a las grandes firmas les resulta mucho más barato, y por lo tanto beneficioso, vendernos paja con una bonita etiqueta y sacrificar la calidad a favor de la cantidad. Cuando el mercado está habituado al pseudo sabor, las empresas vuelven a lanzar el mismo producto añadiendo un ligero toque de sabor ahumado y lo venden como “auténtico pan de horno de leña”, “auténtica lechuga de huerta”, “auténtica miel de granja”. De repente, la palabra “auténtico” cotiza al alza, mientras que la verdadera autenticidad sigue guardada en algún cajón de nuestros recuerdos más ocultos. Lo mismo ocurre con cualquier otro aspecto vendible de nuestras vidas: unas imágenes grabadas por un video aficionado, con una cámara casera, sube a las carteleras como “la última innovación en cine”; un concurso banal, en el que los participantes no tienen que demostrar nada más allá de su falta de principios, se disfraza de “experimento sociológico”. Las patatas dicen saber a jamón, el jamón viene envasado en plástico y el plástico… bueno, el plástico siempre será plástico, de eso sí que podemos estar seguros.

jueves, 18 de diciembre de 2008

LO ORIENTAL MOLA

Conozco a una chica que cada día llegaba al bar donde yo trabajaba (si, trabajaba en un bar y eso hace que ahora entiendas algunas cosas ¿verdad?), siempre con prisas, con la respiración acelerada y los nervios de un filete barato: -¡¡Lucky, corre, date prisa, un café con la leche fría corriendo que llego tarde!!- soltaba del tirón y sin respirar, -pero ¿Dónde vas con tanto estrés?- le pregunté un día, a lo que me contestó, -¡¡a clases de relajación!! Teniendo en cuenta que llevaba tres meses yendo, está claro que la estaban timando; o eso, o era la peor alumna de la clase. Pero eso no le importaba porque ella es una apasionada de la cultura oriental y de todas esas filosofías que tan de moda están últimamente a este lado del Meridiano de Greenwich. Tai Chi, Yoga, Meditación Trascendental, Chi Kung, Sushi, Shin Shan, Tamagotchi, Manga, Nissan; toda la sabiduría (y otras cosas) que crearon hace milenios unas personas a las que, hasta hace poco solo llamábamos “chinos”, llenan estanterías de libreros, escaparates de tiendas de deporte, gimnasios de clubes sociales y salones de actos de hogares del pensionista.

Aquella chica, como otros cuantos miles de occidentales, están empeñados en adoptar una serie de enseñanzas que aparecieron hace milenios, desarrolladas por y para personas que se ríen y lloran por motivos diferentes, sienten y aceptan de forma distinta y hasta visten distintos lutos. Una sociedad donde impera el individualismo, se ponen de moda las programaciones televisivas personalizadas y cada cual va a su bola, se empeña en impregnarse de una cultura enfocada al grupo, donde el individuo está por debajo del colectivismo y quien hace algo mal deshonra a todo su equipo. Desde países en los que todos hacen lo mismo y al mismo tiempo, queremos traernos filosofías que hablan del desapego, para usarlas en sociedades donde la egolatría es religión, por personas que aman más a su coche que al gato del vecino.

Es verdad que hay occidentales a quienes les funciona toda esa parafernalia asiática y hasta les cura la ciática, pero aunque pasaran siete años en el Tibet, comieran a diario viendo las películas de David Carradine y se atiborraran de jengibre, dudo que jamás llegasen a entender el verdadero significado de algo que forma parte de la vida y la cotidianidad de quienes lo inventaron. Mi estresada clienta intentó incluso convencerme: que si pierdes el estrés, que si te curan la ansiedad, que si te quitan las tensiones… pero es que mi estrés, mis ansiedades y mis tensiones, son mías ¿Me las van a quitar y encima tengo que pagarles? Pues hasta ahí podíamos llegar, que está el patio como para regalar tensiones. Pero claro, aquella chica era una gran admiradora de todo lo oriental, a pesar de todo lo que se queja cuando se habla de la jornada laboral de sesenta y cinco horas semanales ¿Cuántas horas se creerá esta que trabajan los japoneses?

NAVIDAD, NAVIDAD, DULCE NAVIDAD

Dos mil nueve años celebrando el nacimiento de un chaval que, parece ser, ni siquiera vino al mundo en esta fecha. A estas alturas, decir que la Navidad es una fiesta comercial sería poner velas a Perogrullo, no creo que nadie niegue tal obviedad. Muchas celebraciones se han eternizado gracias a la falta de escrúpulos de los adalides del consumismo a ultranza, pero en el caso de la Navidad, este hecho ha alcanzado cuotas irrisorias. Así es, a mí al menos, me resulta divertido ver como, lo que se supone una fiesta religiosa, trasciende hasta el punto de poder llegar a ver a gente de toda condición religiosa (incluso ateos confesos) celebrar “la buena nueva”.

La Navidad se ha convertido, con el paso de los años, en algo tan banal, superficial y falto de espíritu, que recuerda a esas camisetas con la cara del Che Guevara, lucida por muchos y conocida por casi ninguno de las que las visten. La Navidad se compra en los mercados, en grandes superficies y en administraciones de lotería, como quien compra un perrito para satisfacer el capricho de unos días y lo abandona cuando deja de interesar. La Navidad es esa fecha en la que se supone que todos tenemos que ser más amables y menos ruines, más hogareños y menos descastados, mas felices y menos preocupados por los kilos de más. Pero en el fondo somos amables de escaparate, ruines latentes, familiares de un rato, descastados después de ese rato, gordos, borrachos, derrochadores e ignorantes de la verdadera felicidad.

San Nicolás llegó a Estados Unidos en inglés, Sant Niclaus, y por aquello de que allí aprendieron a escribir mucho después de empezar a hablar, se deformó hasta Santa Claus. Coca-cola lo vistió de rojo (si hubiera existido Orange se habría quedado como estaba) y se lo vendieron al resto del mundo para gran alegría de los niños, que los Reyes Magos llegan muy tarde y no les da tiempo a jugar con esos regalos tan extraordinariamente educativos que papá y mamá tienen a bien comprarles en Cortilandia, ese gran establecimiento que explota el supuesto espíritu navideño a cambio de hacer trabajar a sus empleados hasta unas horas que, cuando salen, ya ni turrón, ni cava, ni nada.

Todo es muy emotivo y conmovedor, tan tierno como el turrón que, meses después, se seguirá vendiendo en barracas de feria. Un panorama de lucecitas tintineantes y canciones sobre un niño que, si pudiera verlo, seguramente exclamaría “¡joder, la que he liado!”. Ahora muchos de quienes lean esto se rasgarán las vestiduras, me tacharán de blasfemo y me quemarán en la inquisidora hoguera de la ignorancia borreguil, pero yo compartiré gustoso el patíbulo, porque es lo suficientemente ancho para que quepan los verdugos conmigo. ¿Hipocresía? No estoy seguro de que sea término suficiente para tal desmesura de usura. A veces se queda pequeño el diccionario.

DE FUNERALES Y CUMPLEAÑOS. La verdadera esencia del sevillanismo

De vez en cuando alguien se empeña en repetir aquello de que en los frascos pequeños es donde se guardan las mejores esencias, que en las minorías suelen estar formadas por lo más selecto, pero también de vez en cuando encontramos un lugar, un enclave determinado, un núcleo de población en concreto, donde la superficialidad de la mayoría termina colándose en esos frascos pequeños. Cuando las supuestas minorías no son más que mayoría disfrazada, cuando el esnobismo campa a su anchas y se localiza especialmente en un punto geográfico determinado, es hora de buscar a quien sea capaz de colocar un espejo en el que poder mirar lo petimetres que podemos llegar a ser. Hace mucho tiempo que dejé de preguntarme porqué suelen llenarse más los funerales que los cumpleaños, no tiene sentido. Pero siempre llamará mi atención el hecho indiscutible de que esta ciudad, nuestra Sevilla, sería mucho más grande si sus hijos demostraran sentir lo que dicen y ser consecuentes con sus actos. La coherencia cotiza cada vez más a la baja para unas personas que abandonan lo que aseguran adorar, dejan de lado aquello que dicen que les gusta y después se afanan en llorar por la muerte de lo que nunca cuidaron.

En una ciudad cuyos habitantes más típicos son adalid de la más galopante hipocresía social, no es raro que las frases más queridas y repetidas sean “aquí tienes tu casa”, “nos vemos allí” o “ven a mi caseta”. Sabrán a qué me refiero quienes, como yo, hayan tenido que ver como no se les recibe en “esa casa”, se quedan solos en “ese allí” o les prohibían la entrada en “esa caseta”. Así es la Sevilla idiosincrásica, la que uno espera encontrar en foros folclóricos, círculos catetoides y corrales de chabacanería pachanguera. Pero no es así, no solo en esos entornos crece la malva que se alimenta del cadáver de la autenticidad, también lo cunde en curias más selectas y cuando alguien tan osado como para reconocerlo lo hace, es solo porque se atrevió a dejar a esas curias en pañales, mostrándolas como lo que son, simples tentaderos de presunción.

Por lo general, la arrogancia nos hace rechazar las críticas externas y repudiar las internas. La emprendemos contra quienes se atreven a utilizar el ataque a la ciudad que ama como intento de hacer pensar al resto y cambiar algunas cosas desde el interior. Claro que, también es verdad que eso de “hacer pensara los demás” es arto difícil en según qué sociedades, sobre todo si “los demás” se empecinan en seguir carnavaleando con su apariencia en pos de su ansia por parecer interesante. No caen en la cuenta de que, tarde o temprano, quedará claro que un código de barras es más interesante que ellos. Lo más fácil para los simples es decir que todas estas críticas son solo opiniones, errores de apreciación de alguien movido por el resentimiento pero, cuando el resentido fotografía la estupidez y enseña esas fotos a los estúpidos, no deberían importarnos los motivos que movieron al crítico, sino las verdades que nos muestra. He aquí mis fotos que, resentidas o no, están tomadas con un gran angular de catorce años de cansada experiencia.
Hace unos días tuve que poner fin a catorce años de existencia de un lugar que hizo historia. A Casagrande la llamaron a menudo “Templo del Blues”, “emblemático”, “indispensable” y otras muchas alabanzas, pero ¿Porqué cierra Casagrande? La pregunta correcta sería ¿porqué cierra cualquier local al que tanta gente dice querer? La respuesta no puede ser otra que “porque la mayoría de esa gente que lo quería no supo quererlo”. Durante las últimas semanas tuve que oír el pésame de docenas de personas que con su ausencia, a pesar de vivir a diez minutos, consiguieron que casi olvidara sus caras. Ha sido como esas largas colas de pésame en las que todos dicen sentirlo mucho, sin pararse a sopesar el significado de la palabra “sentir”, convirtiendo un funeral en la peor serie B del cine de ficción. La cosa es aún peor cuando el supuesto doliente que presenta sus respetos al difunto vive, no a diez minutos, sino a dos pasos, cuya hipocresía solo es soportable gracias a la coraza de tantos años de cara al público. Por suerte están quienes nunca te dicen “lo siento”, sino que intentan ayudar como siempre lo han hecho, con su sincera y patente amistad. Quienes también fueron a cumpleaños, se quedan fuera de la cola del pésame.

¿Qué falló en Casagrande? He encontrado respuestas para todos los gustos y la mayoría equivocadas o simplemente inventadas. Conciertos de blues todas las semanas, con grandes músicos, auténticos maestros que, más que actuar, impartían auténticas clases magistrales de verdadero blues, como Alex Guitar, a cuyo concierto asistieron siete personas. Dúos de fuera de Andalucía que fueron contratados por “aclamación popular”, como Fede Aguado y Osi Martínez o Blady Olmos y David García cuya dicha “aclamación popular” se quedó en nueve asistentes. Actuaciones internacionales de calidad más que contrastada, como la de José Luis Pardo, con unas catorce personas en el local. También vivimos momentos de opulencia de clientela, como cualquiera de los conciertos ofrecidos por representantes de un blues menos ortodoxo y mucho más escuchados en Sevilla. ¿No os parece curioso tratándose de una ciudad en la que tantos se declaran “puristas”? En el fondo, la mayoría de seguidores de músicas minoritarias, cuando se trata de esta ciudad, no se diferencian en nada de las audiencias de radio-fórmula, que solo escuchan lo que ya han escuchado una y otra vez hasta la saciedad.

El viernes catorce de Noviembre, Casagrande vio como se llenaban, hasta el overbooking, sus dos plantas, sus escaleras, su patio y parte de las calles colindantes. Muchísimas personas que quisieron asistir al entierro, después de haberse perdido sus cumpleaños. El apoyo de algunas de esas personas, sobre todo músicos, nunca nos faltó, para ellos mi sincero agradecimiento, como también a ese pequeño grupo de verdaderos aficionados que nos honraba con su visita incondicional, pues sabían que, al margen de cómo se llamara la banda de turno, era blues. Los músicos tuvieron a bien rendirme un homenaje que, si bien no creo merecer, no olvidaré nunca. Al resto, no pude evitar decirles lo que en ese momento salía de mi alma vendida al blues: Veo que os gusta a mucha gente lo que hacemos aquí, por lo que solo puedo pediros un favor para vosotros mismos. Cuando vuelva a aparecer alguien tan loco como para programar blues cada semana, si de verdad os gusta, cuidadlo, pues solo de vuestro cuidado dependerá su duración. Nosotros hemos durado hasta ahora y me vienen a la memoria muchas noches de viernes en los que a penas conseguía pagar a los músicos por un trabajo al que siempre se pudo asistir sin pagar entrada.

¿UN ROJO NEGRO EN LA CASA BLANCA?

No sé si os habéis enterado de lo de las elecciones en Estados Unidos pero, si no es así, mi más sincera enhorabuena, está claro que no veis la tele. Aún si pertenecéis a esa digna minoría de los que no se asoman a la “tele-risión”, seguramente algunos os habréis preparado una sopa de letras de esas de sobre y habéis visto, estupefactos, como se iba formando en el borde del plato la frase “a ganado Obama”. Yo ya he ganado algo pues, gracias a tanto despliegue informativo, me he enterado de que el nombre completo del nuevo inquilino del despacho oval es nada menos que Barack Hussein Obama. O sea, que ahora los hijos del Tío Sam tienen a un Hussein en la Casa Blanca y otro en Guantánamo.

Dicen que trae aires nuevos, nuevos colores y hasta nuevos olores ¿Las palabras “olores” y “aires” en la misma frase? ¿A ver si se van a referir a nuevos “vientos”? No sé si “los vientos” de Obama serán diferentes a los de Bush, pero dicen que la cagará menos. De momento sabemos que nuestro ZP quiere trabajar junto al nuevo presi ¿Saltará de alegría Obama? También sabemos que en esto están de acuerdo el PSOE y el PP ¿Temblará de pavor Obama? ¡Mira bien, Barack, no vaya a ser que te culpen a ti de que estos dos se hagan amiguetes!

Hay quien ha comparado al nuevo presi de USA s.a. con nuestro presi y hasta ahí podíamos llegar. ¡Pero si ni siquiera son del mismo planeta! El Obama es un afro americano, de padre keniata y nacido en Honolulu, mientras que Zapatero es de Vulcano. Además, Barack es el líder de un partido que a algunos les puede parecer de izquierdas pero no lo es, en cambio Zapatero… bueno, en este caso puede que haya elegido un mal ejemplo.

El colega negro se va a encontrar con un marrón que puede terminar poniéndolo colorado. Dos frentes de guerra que quiere cerrar, una crisis mundial creada por entidades de su país, promesas de arreglar la salud pública de USA s.a. y compromisos declarados como cerrar Guantánamo y negociar con Cuba y Rusia entre otras cosillas de andar por casa. ¡Cuidado Barack! El último presidente que intentó cosas así terminó falleciendo por exceso de plomo en la cabeza. Por si acaso, ya ha programado una reunión con el jefe de la CIA, tal vez por aquello de que a veces es conveniente poner al lobo a cuidar del ganado.

Varias tele-risiones españolas pasaron toda la noche cubriendo las elecciones estadounidenses, todos los periódicos se esfuerzan en dar cumplida información sobre los resultados, se habla de ello en las calles, en los mercados y hasta en las peluquerías de todo el mundo; incluso en Kenia, lugar de procedencia de la familia paterna de Obama, se ha declarado fiesta nacional el día en que si hijo predilecto llegó a la Casa Blanca. La frase arto repetida por algunos contestatarios, “USA nos usa”, tal vez haya que cambiarla por “nos dejamos usar por USA”. Ojalá a los Estados Unidos le importase lo que pasa en el resto del mundo la mitad de lo que al resto del mundo parece importarle lo que pasa en Estados Unidos.

REALIDAD-ES

Hay cosas que solo son lo que parecen cuando no parecen lo que son. Cuando la realidad se empeña en jugar al escondite y además gana en experiencia a medida que más la buscamos, solemos darnos de bruces con una ingente cantidad de irrealidades que, a fuerza de formarlas, terminamos viendo como acercamientos a lo que buscábamos. Rara vez daremos con la tecla acertada, por lo que nos vemos obligados, como los viejos guitarristas, a elegir entre las afinaciones más acertadas, la que más se acerque, emplearnos en el oído lo mejor que sepamos y dar por buena esa nota.

La realidad es algo tan subjetivo, que no debería existir como concepto singular. Escribir “la realidad” debería considerarse una incorrección gramatical, “las realidades” sería mucho más acertado y realista, valga la expresión. No obstante, hay que tener cuidado, pues muy a menudo ocurre que no tenemos demasiado tiento a la hora de afinar y terminamos disfrazando de realidades lo primero que nos encontramos. Ya sea por falta de paciencia, constancia, dedicación o la más común y extendida, a la par que poco recomendable, por falta de inquietudes suficientes para buscar alternativas.

Si las primeras cien explicaciones no nos convencen, seguramente vayamos bien encaminados, puede que terminemos encontrando al menos un sucedáneo de realidad y con un poco de suerte, la nota menos desafinada. Si nos gusta la primera respuesta que nos ofrezcan y nos quedamos ahí, mal vamos, pues no solo estaremos pecando de conformismo, también de falta de capacidad crítica. Ante estas posibilidades, lo que mejor puede ayudarnos es la única ambición que me parece honorable, la ambición de aprendizaje y el afán por saber utilizar lo que aprendemos.

Así que, por aquello de que hay cosas que solo son lo que parecen cuando no parecen lo que son, lo mejor es no hacerme mucho caso y seguir buscando en el cajón desastre de nuestras vivencias, porque existe la más que evidente posibilidad de que me equivoque. ¿Quién sabe? A lo mejor todo esto no es más que otra de mis chorradas y yo mismo no haya explorado lo suficiente.
Puede que solo esté divagando y en realidad sea más acertado acomodarnos con lo que nos cuente el primero que nos convenza, liarse la manta a la cabeza (no vaya a ser que nos tiren del sofá) y terminar aceptando bendita ignorancia.

COPAS COPADAS

De pocas cosas estoy totalmente seguro y alguna de ellas, las más importantes, las estoy aprendiendo ahora. Esta es muy reciente: antes de intentar llenar una copa, asegúrate de que no esté ya ocupada por el whisky de otra botella. La mayoría de los recipientes agradecen cualquier líquido que demuestre ser capaz de llenarlos, pero resulta desagradable comprobar que ocupa más espacio el sabor de un licor acabado que el aroma del de tu botella, por mucho que el de antes fuera garrafón y el tuyo un Gran Reserva.

EL MÁS LISTO

Hoy he recordado, no sé muy bien porqué, a aquel compañero de colegio, "el más listo" y el trabajo que nos encargaron hacer a medias, lo cual agradecí porque estaba claro que su mayor afición por el quehacer escolar me vendría muy bien. Nos reuníamos en mi casa o en la suya y comenzábamos a trabajar, cada cual su parte y por su cuenta, medio trabajo para cada uno, tal como él insistió en que nos organizáramos. A mí no me terminaba de convencer que, tratándose de algo con lo que el profesor intentaba fomentar el trabajo en equipo, lo hiciéramos así, pero “el mandaba, que para eso era más listo”.

De vez en cuando yo le mostraba mi parte y pedía su opinión, que era siempre muy positiva, lo cual me hacía pensar que, si “el más listo” encontraba bien mi trabajo, señal de que algo de listo tendría yo también. Llegué a temer incluso ponerme demasiado pesado, preguntando a cada momento, cada vez que se me ocurría incluir algo nuevo, obteniendo siempre su aprobación, lo cual tengo que admitir que llegó a gustarme tanto, que en más de una ocasión solo le mostraba mis aportaciones por el mero placer de que me regalara el oído.

Llegó el día de presentar el trabajo ante el profesor, momento en el cual, mi compañero “el más listo” se las apañó con sutil maestría, para que quedase bien claro cuál era la parte de trabajo que había realizado cada cual. El profesor nos puntuó con un mísero cuatro para cada uno, aclarando después que, la segunda parte del trabajo, la de mi compañero, era casi perfecta, que su poca puntuación era debida a su incapacidad para trabajar en equipo. Lógicamente, mi cuatro era porque mi parte de trabajo no había por donde cogerlo. Después pregunté a mi compañero porqué no me corrigió cuando se lo pedí y dejó que siguiera haciéndolo mal, a lo que “el más listo” me contestó… “si claro, voy a decirte yo como hacerlo para que saques más nota que yo”.

Desde aquel día decidí que no quería a mí alrededor a personas incapaces de decirme lo que hago mal. Prefiero que aquellos a los que llamo amigos, critiquen lo que en mí vean criticable, aún a riesgo de equivocarse, que ya me encargaré yo de analizar sus comentarios, sopesar la parte de razón que puedan tener, corregirme si procede y aprender de todo ello dentro de las posibilidades de mis entendederas. Comprendí que a veces “el más listo” es solo una medalla impuesta como premio a la competitividad maquiavélica.

Quien no acepta una crítica no merece beneficiarse de las ventajas de los adelantos para con la dignidad. Quien no admite la detracción de un amigo, solo puede esperar que este amigo deje de confiar en él. Quien comete estos errores y los disfraza alegando que recibe un ataque personal, solo demuestra no tener argumentos. Quien además responde con insultos, no hace más que dejar patente su falta de recursos. Pero aún peor es quien se intenta escudar en su condición, sea esta la que sea, tachando al crítico de racista, sexista, xenófobo o vete tú a saber qué cosas.

ERASE UNA VEZ...

Conté con la suerte, allá por el pleistoceno, mientras cursaba el sexto grado de aquello que se llamaba EGB, de tener a uno de esos profesores cuyas enseñanzas trascendían los programas de estudios e iban mucho más lejos de lo que alcanzaban a alcanzar aquellos libros de texto de las editoriales impuestas (dictadas) por el gobierno de turno según conveniencia política. Siempre contaba, este auténtico maestro, al salir al patio de recreo, con un buen puñado de chavales a su alrededor, para exponerle nuestras inquietudes en forma de preguntas, la mayoría de las veces impregnadas de la inocencia que, aún en aquella etapa de nuestra querida y rica historia, exhibíamos.

En una ocasión derramó aquel buen señor sus ideas sobre nosotros en forma de historieta, que bien hubiera podido ser chiste a juzgar por la presentación y el nudo, si no fuera porque el desenlace nos avisaba sobre el lastre que nos iba a tocar arrastrar; la maldición de la herencia genético-histórica de quien ha tenido la suerte de nacer en la tierra del “soy el mejor y no necesito demostrarlo”. Esta es la historia que nos contó, tal como la recuerdo:
“Imaginad que ponemos, al pie de la montaña mas alta que encontremos, a un sevillano, un granadino, un onubense y un cordobés. Os puedo asegurar que el primero en llegar a la cima y clavar su bandera sería el de Sevilla, seguido del onubense que plantaría su bandera y montaría dos mesones. Después llegaría el granadino poniendo allí su insignia y dos hoteles, para terminar con el cordobés, que además de colocar su banderita abriría un museo y un parador. Seguramente los representantes del resto de provincias irían llegando después, organizando eventos culturales y demás actividades, mientras el sevillano sigue allí, en la cumbre de la capitalidad y hondeando orgulloso su bandera.

Nunca caigáis en el conformismo del viejo escaparate, aportad cosas nuevas, ideas nuevas, nuevas ofertas y luchad por ellas, respetando las costumbres populares pero quitándole de vez en cuando las telarañas. Salvaguardar vuestra historia, pero nunca en detrimento de vuestro futuro, porque esta puede ser el mejor sitio para vivir, pero solo si vuestras inquietudes se reducen a Feria, Semana Santa y Rocío.”

Aquel profesor en las aulas, se convertía en maestro en el patio, por eso hoy brindo a su salud y en detrimento de la mía, desde la única capital que, año tras año, sigue devolviendo dinero de lo presupuestado para cultura.

CRISIS PARA QUIEN?

Esta mañana, después de salir de la cama, cumplir con los hábitos de higiene necesarias para la convivencia con los demás miembros de nuestra especie y tomarme tres cafés concentrados en uno, conseguí despertarme. Todo esto podría resultar agradable si no lo pormenorizamos: la cama era una piscina de sudor, el termo sigue averiado sirviendo así un agua demasiado fría incluso para Junio y al café lo llamo café por que de alguna manera tengo que llamar a esa especie de mezcla de chicoria y zurrapas de torrefacto.

Esto sí es crisis, crecimiento negativo, desaceleración o cualquier otro eufemismo que se quieran sacar de la manga nuestros queridos papis de la patria. Pero esta crisis que sufro hace tanto que nos hemos hecho amiguetes, no es nada nuevo. Tampoco es nueva la crisis que me describe mi amigo el panadero a domicilio, cuando me cuenta que al llegar a ciertos barrios solo ve dos tipos de vehículos, cochazos y cochazos remolcando lanchas de motor fuera de borda; me cuenta mi amigo que a pesar de tanto lujo, ha llegado a tener confianza con el señor de Endesa encargado de cortar el suministro a los morosos.

Cuando las mismas personas que buscan los alimentos más baratos son también quienes forman colas de espera en las agencias de viajes, uno se pregunta si la crisis no será más que el resultado de esa forma de vida que consiste en tener el estómago vacío y el armario lleno. Seguramente me equivoco y es todo mucho más profundo, pero una cosa tengo muy clara: nada pierde quien nada tiene o quien nada necesita, pero aquel que sigue sumergido en la creencia de que ser pobre es tener solo un coche, ese sí que lo pasa mal. Hay gente tan pobre que solo tiene dinero.

MEJOR SALIR DEL RÍO

Demasiada gente nadando a favor de la corriente, demasiada también (incluso alguna persona) nadando en contra; que a fuerza de acumular fuerzas contra las fuerzas dirijentes, corremos el riesgo de crear nuestra propia corriente a cuyo carro se irán uniendo quienes no quieren ser corderos y terminan siendo borregos, convirtiendonos a nosotros también en borregos, colocándonos en la picota de nuevos inconformistas y vuelta a empezar.

Siempre pasa igual: en la revolución francesa, los burgueses utilizaron al proletariado para derrocar a la nobleza, convirtiéndose después en nuevos nobles. En Cuba, los revolucionarios cierran la isla a quienes quieren salir y se quejan del bloqueo que no permite entrar. En Estados Unidos... bueno, allí todo lo que queráis imaginar.

Eso es lo más arriesgado de llevar la contraria a lo establecido, convertirnos también en algo establecido contra lo que otros lucharán. Así pues, ante de la disyuntiva de elegir entre nadar a favor o en contra de la corriente, prefiero salir del río... es que si no me aburro.