En los campos, los agricultores miraban agradecidos a un cielo que premiaba el verdadero trabajo, ese del que sí dependemos todos. Cuando los cultivos empezaban a acusar un calor a destiempo, poniendo en peligro la productividad, llovió el tiempo que tenía que llover. En la “muy leal, invicta y mariana”, los fieles lloraban. ¡Cuanta irresponsabilidad!
Los camareros trabajaban a destajo, poniendo en marcha lo que debe ponerse en marcha: nuestra economía. La de pequeños y medianos empresarios que han visto sus locales llenos. Quienes, devotamente, hacer su particular estación de penitencia de bar en bar, han vuelto a hacerlo, pero antes y durante más tiempo, ayudando a los emprendedores y sus empleados. Entre beatos tragos, los fieles lloraban. ¡Cuanta farsa!
Resulta curioso echar la vista a un tiempo en que los santos se sacaban a la calle para pedir la siempre necesaria lluvia. Ahora, cuando no hay que pedir esa agua, la gente llora. Por no hablar de las connotaciones religiosas que, presuntamente, tiene la Semana Santa. Es de suponer que el devoto cofrade es creyente, y que todo creyente está convencido de la omnipotencia del creador. Si es así, deberían tener claro que si llueve, será porque Dios quiere.
No me malinterpretéis. Si las procesiones pueden salir a la calle, pues mejor. Pero si el temporal no lo permite, porque cae el agua que sí necesitamos, llorar resulta extravagante e infantil. Por suerte, como dijo el replicante aquel, son lágrimas en la lluvia. Con esa facilidad se perderán, y pasadas las celebraciones, al cuarto día de haber sido crucificada, resucitará la oferta cultural para todos, y no para unos cuantos…. Al menos hasta feria.
Por cierto, durante el día del libro, en Barcelona, no llovió. Se ve que a Dios le van más otro tipo de manifestaciones culturales.
© Lucky Tovar
1 comentario:
Seguro que si se les moría alguien no lloraban tanto...
Publicar un comentario