martes, 10 de marzo de 2009

CARTA A OPTIMISMO

Estaba yo dándole vueltas a la cabeza, intentando encontrar algún nuevo tema que reventar y, justo cuando ya me disponía romper algo, mi buena amiga Pilar me propuso… “podrías escribir una carta al optimismo, que vendrá muy bien con la que está callendo”. La idea me hizo esbozar media sonrisa de Dexter, entornar los ojos como House y rascarme la sien como Colombo (tengo que ver menos tele), y me puse a pensar en como hacerlo.

Incluso empecé a escribir, y esta última afirmación ya os dará una pista de que a penas superé el encabezado. Anoté ideas en mi pequeño cuaderno de anotar ideas, empecé bocetos, emborroné borradores, borré bosquejos, garabateé esbozos, y cuando estaba a punto de volver a guardar mi nuevo bolígrafo (que se ha librado de un golpe porque es un regalo), me vino algo a la cabeza… aún no sé si para bien o para mal, pero eso es lo de menos.

La peregrina idea que he tenido esta vez, malversando totalmente la aportación de mi amiga, consiste en organizar el combate del siglo, un enfrentamiento sin igual, en el cuadrilátero de la vida. En un rincón, con pantalón negro y un peso de varios millones de años… ¡el Pesimismo! En el otro rincón, con pantalón verde y el mismo peso… ¡el Optimismo! El arbitrado, señor Realismo, habla ya con los púgiles: ­­­–No quiero ver pisotones ni golpes bajos. Queremos ver un combate limpio, y evitad ser ñoños aunque esto ya recuerde demasiado a un cuento de Bucay–

Fue justo en ese momento cuando me di cuenta de la estupidez que podía resultar de semejante idea… y es justo en este momento cuando os digo que estoy mintiendo: en realidad, sí llegué a escribir ese combate, dando como resultado, una de las mayores chorradas, y de las peor escritas, que hayan salido jamás de mi enfermiza imaginación. Lo borré todo, comencé de nuevo… y otra vez estoy mintiendo: en realidad copié en otro documento todo el despropósito, desde mi desafortunado comentario sobre Bucay, hasta el final; ese otro documento lo tengo guardado, por si acaso.

­–Vamos Lucky, piensa un poco, seguro que algo se te ocurre– me repetía una y otra vez, tratando de estrujarme la cabeza, aunque sé que terminaré divagando, dispersándome y volviendo a hacer gala de mi falta de constancia. –Venga tío, al final siempre termina saliendo algo– Si claro, algo sale, y de vez en cuando hasta se deja leer pero ¿qué saco a cambio? A parte de eso que llaman “satisfacción personal”, y las alabanzas de alguna que otra persona, que me aprecia lo suficiente como para peder unos minutos en leerme… En fin, a ver si me centro.

Podría retomar la idea inicial de Pilar, no era mala, al menos como idea. Carta al optimismo… no sé… podría quedar bien. Empezaría como todas las cartas –Querido optimismo: hace tanto que no sé de ti, que me he decidido a escribirte…– Seguramente me pondría cada vez más cursi, o cada vez más trascendente. Solo mirad como la habría empezado, al final sería una carta al optimismo llena de pesimismo. No, definitivamente, no creo que quedara bien; debo ser consciente de mis limitaciones, que son muchas.

Todo lo que hago me requiere gran esfuerzo, soy totalmente autodidacta, y muy a menudo me pregunto si merece la pena. Seamos claros, vivimos en el mundo de los títulos y los enchufes, de las recomendaciones y los diplomas. Incluso si vales, necesitas padrino para llegar a demostrarlo, y si llegas, ves con estupor que quienes llegaron antes que tú, tienen padrino pero no valen. Si al menos contara con la formación necesaria, todo sería más fácil, aunque también es cierto que muchos grandes artistas han forjado sus virtudes aprovechando sus carencias. Claro, grandes artistas, no cualquier aficionado vocacional.

A ver… algo se me tiene que ocurrir. Se trata de hablar de optimismo desde un punto de vista positivo, pero no es nada fácil, incluso diría que es contradictorio: normalmente apelamos al optimismo cuando existe la necesidad de buscar una válvula de escape. Nos topamos con un problema serio, le damos vueltas, buscamos soluciones, tropezamos una y otra vez, y justo cuando empezamos a encogernos de hombros y a pensar que aquello tiene mala solución, es cuando alguien dice “seamos optimistas”. Así pues, siendo realistas, si buscamos la manera de entonar una oda al optimismo, es porque vemos que la cosa está muy mal.

Alguien me dijo una vez, que todo cambio es siempre para mejor, porque incluso siendo un mal cambio, nos dará al menos la oportunidad de aprender. Así pues, miremos la actual situación como la antesala a un punto de inflexión, de cambio profundo ¿Cómo será el supuesto nuevo estatus? Eso no importa, esperemos que podamos disfrutarlo si sale bien, o aprender de ello si sale mal. No se trata de ser optimistas, ni de tener esperanza, ni fe. Simplemente es cuestión de calmarnos, concienciarnos de nuestras auténticas necesidades, mirar todo lo que ocurra a nuestro alrededor, y tomar nota.

Algunas personas me han llamado pesimista, negativo, consternado y hasta derrotista, pero no es verdad. Soy todo un optimista, pero un optimista no practicante; no me da la gana de practicar algo que solo invocamos cuando nos va rematadamente mal. Una cosa sí es verdad: si los ingenios de la Revolución Industrial hubieran sido fabricados por pesimistas, todos aquellos cachivaches mecánicos habría tenido más sistemas de seguridad y menos accidentes.
© Lucky Tovar

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias Lucky . Hay veces que el Duende se resiste a visitarnos ... :)De todas formas me gustaría leer ese combate... Quizás el que ganaba era el realismo ...
Cuando las cosas van bien es facil ser optimista , ni reparamos en ello siquiera.

Seguro q conoces esta jejeje
Hoy puede ser un gran día , veras como llega alguien y te lo jode .:)

Un abrazo
Pilar