Érase una vez dos ganaderos, uno vasco y otro catalán, que por su trabajo viajaban constantemente por toda la península ibérica, sobre todo por tierras andaluzas. En uno de sus encuentros, tal vez concluyeron que no estaría nada mal determinar un punto de encuentro para los más importantes compradores y vendedores de ganado. Pensaron en un lugar de relevancia estratégica, lo más cerca posible del centro geográfico de Andalucía y con terreno y posibilidades prácticas para fundar una gran feria del ganado. Llegaron a la conclusión de que, ese lugar, bien podía ser Sevilla, bombardearon con propuestas y explicaciones de conveniencia a la autoridad competente (es un decir, lo de “competente”) y, tras rellenar kilómetros de burocracia, consiguieron los correspondientes permisos y el necesario apoyo (es un decir, lo de “apoyo”), dando luz a la gran Feria del Ganado de Sevilla.
Con los años, este encuentro ganadero se fue afianzando, ganando en asistentes y creciendo considerablemente en adeptos y duración. Los ganaderos que se quedaban toda la feria, dormían en tiendas, más o menos improvisadas a base de lonas, puntales, postes y cuerdas que traían con ellos. Pero aquellos primeros feriantes también necesitaban comer, y los más emprendedores empezaron a compaginar su actividad ganadera con la venta de comida a otros participantes. Poco a poco, aquellos ganaderos comenzaron a venir en familia cuyos miembros, además de trabajar, dormir y comer, agradecían la posibilidad de ser entretenidos en las escasas horas de asueto. Es fácil imaginar, tratándose de la ciudad de que se trata, que la oferta de entretenimiento y diversión no tardó en llegar, seguramente de la mano de trovadores y rudimentarias atracciones.
Los acaudalados dueños de haciendas y ganaderías sevillanas fueron animándose a participar de la feria de forma más directa y personal, o sea, montando verdaderos tenderetes de lujo desde los que dirigir de primera mano el trabajo de sus capataces. Las atracciones fueron a más y el negocio del ganado a menos, las lujosas casetas de los hacendados ganaron terreno a los cercados donde se exponían las reses, los “Rinconetes y Cortadillos” vieron su Agosto en Abril y, señoras y señores, con todos ustedes la Feria de Sevilla. La feria de todos donde todos son bienvenidos y “a nadie le falta de na”. La sevillanísima creación de un vasco y un catalán en la que, los vascos y catalanes (gallegos, asturianos, murcianos, madrileños, extremeños, castellanos, leoneses, andaluces no sevillanos y en definitiva todos) podrán disfrutar… siempre que tengan caseta propia o algún amigo que la tenga.
Sobre eso de la amistad cuenta, nuestra Feria, con una gran ventaja a la hora de discernir si es de verdad amistad o quien te llama “amigo” lo hace solo por eso tan sevillano a lo que llamamos “cumplir”: si el sujeto en cuestión, a la hora de concretar la cita, te dice aquello de “quedamos en la portada”, ve pensando en pasar la Feria sin verlo. Es conocimiento tácito y parte de nuestro rico patrimonio social, el hecho de que, nadie que de verdad quiera verte va a quedar contigo en semejante centro neurálgico de bullicio en el que cientos de personas se apiñan y la mitad son incautos forasteros a los que alguien les dijo “quedamos en la portada”. Si te ocurre esto, te cansas de caminar y la más que posible lluvia (en Abril aguas mil) te anima a intentar la improbable hazaña de refugiarte en una caseta, no te preocupes, siempre tienes la posibilidad de entrar en las de distrito, que son de entrada libre. Estas casetas de distrito cuentan además con una actividad añadida que suele realizarse según va avanzando la madrugada y con ella el grado de alcohol en sangre; el “esquivamiento de sillas y botellas voladoras” es ya casi tan tradicional como el matinal paseo a caballo.
La última modificación consiste en imponer la misma música y volumen a todas las atracciones (para alegría de Canal Sur), haciendo que la denominada “Calle del Infierno” se parezca más a la sala de espera de un dentista… de un dentista sevillano, por supuesto. Por lo demás, tampoco es que haya mucha diferencia con la Feria del Ganado de los primeros años: mucho pollo cortijero, mucho gallito de pelea, cuadrúpedos muy pedo, pavos reales con sus pavas, borregos, ovejas churras y merinas y, por supuesto, ganado vacuno de ambos géneros. Entre toda esta fauna granjal (bonito palabro), las tres honrosas excepciones que, dada su escasez, confirman muy bien la regla: los que van a divertirse pero conscientes de que mañana hay que trabajar, los que también saben divertirse sin manzanilla, alvero y gritos, y los que van a trabajar; para ellos, todos mis respetos… y para el resto también, claro.
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1 comentario:
Bueno, pues yo como siempre iré a trabajar con toda normalidad, ya que no me gusta la tortilla con una capita fina de albero, ni la estridencia de la calle Infierno, ni tener que estar esperando a que unos salgan para que otros entren, ni...jó, hubiese acabado antes diciendo que NO ME GUSTA LA FERIA. Besos Lucky.
Antonia.
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